domingo, 9 de marzo de 2008

VISTAS DE JAISALMER CON CARLOS EN CAMELLO











La puesta de sol sobre las dunas
Las habitaciones eran sospechosamente baratas, 2 euros con baño privado, toalla (un lujo en la India) y balcón, y nos quedamos, aunque yo imaginaba el por qué.
Esa misma noche echaron del hotel a un coreano que había contratado el safari con otra agencia, y hubo un escándalo tremendo.

El folleto del hotel decía claramente:
"en otros hoteles te llegan a expulsar si no contratas el safari con ellos.
Nosotros no somos así, busca, compara y contrata con quien quieras"
, palabras que a pesar de estar escritas habían volado con el viento del desierto.
La competencia a degüello acaba convirtiendo a las manzanas más sanas en podridas.

Camellos salvajes
El festival del desierto, que se hace todos los años coincidiendo con la segunda luna llena, comenzaba en 4 días, y los precios del alojamiento se triplicaban, así que yo negocié con ellos que iría al safari si mantenían el precio de la habitación durante los días del festival.

Los safaris oscilan entre 400 (8€) y 1.000 (20€) rupias por día, hasta 4 días, y la diferencia principal entre ellos es si te llevan a una zona turística u otra no turística, lo que en el segundo caso supone que primero tienes que ir en todo terreno a un lugar alejado de Jaisalmer.
Yo elegí esta opción y en tres días no vi más extranjeros que los de mi grupo.


¡Estoy hasta las narices de estos turistas!
Eramos una variopinta mezcla, una suiza, un canadiense de Quebec, dos polacas y un polaco que se acababan de conocer
(ya es raro, porque los polacos mochileros son rara avis)
, y un gallego y dos catalanes, además de los cuatro camelleros, guías, cocineros y cantantes del desierto, que de todo hacían.

Vamos, el comienzo perfecto para un chiste tipo "iban tres polacos, un gallego, un suizo......, por el desierto del Thar en camello y...".

El camello y el "camellero"
Apretujados los ocho en el todoterreno, más el conductor y los alimentos para los tres días de safari, que acabábamos de comprar en el mercado, tomamos la carretera perfectamente asfaltada que lleva a Pakistán hacia el oeste, visitamos un palacio real abandonado, unos templos jainistas, y llegamos al punto de encuentro con los camelleros y camellos.

La primera tarea fue aprender a colocarse el turbante, elemento de seguridad obligatorio cuando conduces un camello, ya que te sirve de chichonera por si te caes de cabeza, algo que le sucedió a Andrew, el polaco, y la altura puede superar los dos metros.

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