domingo, 9 de marzo de 2008

JAISELMER





Superada la prueba del turbante, lo más difícil era habituarse al bamboleo que hacen los camellos al caminar, tratar de mantener el equilibrio con las rodillas bien apretadas, y superar el dolor de la mano con la que agarras el pomo de la silla.
El resultado es casi siempre el mismo; cuando haces la primera parada de descanso, unas dos horas después, con las piernas doloridas tipo cowboy, la mano agarrotada, el turbante descolocado, y el rostro desencajado como si hubieras navegado por el Cabo de Hornos, piensas: "¿y me voy a pasar tres días subido en este animal?".
La sombra del camello es alargada Por suerte, así como el camello se ha adaptado al desierto, el ser humano también se puede adaptar al camello.
Después de una frugal comida, volvimos a nuestras monturas, y tres horas más tarde llegábamos a una hermosa zona de dunas, donde montamos el campamento sin ver ni un ser humano en kilómetros a la redonda, pero la sensación de ser un émulo de Lawrence se disipó cuando apareció el vendedor de bebidas ¡frías!.
La puesta de sol sobre las dunas fue gloriosa, aunque la banda sonora que esperaba, escuchar el silencio, se vio interrumpida por la suiza, que venía de pasar dos semanas en un ashram y parecía que el voto de silencio había supuesto una pesadilla para ella.
Encendimos un fuego de campamento, además del de cocinar, porque en cuanto se puso el sol la temperatura bajó dramaticamente, y cenamos arremolinados en torno a él.
Camello contra el sol Los camelleros empezaron a entonar canciones del desierto, la mayoría tristes porque hablan de la ausencia de la familia, y una concretamente se refería a la partición de India y Pakistán.
Muchas familias quedaron divididas en 1947 y todavía hoy las heridas están abiertas. A pesar de los intentos de normalización, para poder ir a visitar a sus familias en Pakistán, a pocos kilómetros de distancia, la gente tiene que ir a Delhi y viajar en el llamado "tren de la amistad" que enlaza los dos países, que ha sido objeto de varios atentados terroristas.
Camelleros cocinando Descarté la idea de dormir al raso porque no había llevado saco de dormir y las mantas que nos dieron eran bastante finas, y a pesar de dormir en la tienda, pasé una de las noches más frías de mi vida.
Me levanté antes del amanecer en cuanto oi a los camelleros empezar a moverse, para poder calentarme en el fuego de cocina, y "descongelar" mis manos para poder hacer fotos del amanecer.
El segundo día por el desierto nos llevó por una zona muy árida, donde prácticamente no había vegetación, y a pesar de ser invierno, el sol pegaba muy duro.
Pasamos seis horas subidos a los camellos, con varias paradas para repostar, tanto nosotros como los camellos, y, después de visitar una ciudad y fuerte completamente abandonados, de los que los camelleros no conocían la historia, nos encontramos con un enorme lago que iba a ser el lugar de nuestro segundo campamento.

Para ver la panorámica Olympus de desierto del Thar, haz clic aquí.

La ruta seguida
Esta vez me alejé y subí a una colina para poder disfrutar de la puesta de sol escuchando el silencio, y la visión del campamento con la silueta de los camellos recortándose contra el atardecer, y el lago reflejando esa naturaleza tan estéril y rica al mismo tiempo, me produjo una sensación de paz increíble.

La segunda noche no pasé frío porque conseguí una manta más gruesa y dormí con toda la ropa que había llevado.

Apretujados
Desayunamos y subimos a nuestros camellos con la familiaridad de viejos conocidos, y hasta me permití el lujo de dar unas galopadas con él y practicar nuevas posturas en la silla para dar descanso a los muslos y rodillas.

Después de comer bajo un intenso calor a la sombra de unos árboles, el todoterreno vino a buscarnos y nos despedimos de nuestros camelleros con un apretón de manos y una generosa propina, ya que, cierto o no, nos habían contado que no eran los propietarios de los camellos, sino que trabajaban por 1.000 rupias/mes (20€), y todos tenían familia y varios hijos.
No me extrañaría, porque todavía hoy en la India las castas más bajas trabajan a cambio de manutención.



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