lunes, 3 de marzo de 2008

EN LOS ARROZALES





Niña Lamtha cuidando a niño
Llegamos al pueblo Khmu, y nuestra cabaña estaba en una pequeña colina sobre el río, donde los niños estaban disfrutando de su baño vespertino.

Varias mujeres del pueblo vinieron a preparar nuestra cena, que incluía un pollo que mataron delante de nuestras narices
(bueno, de las mías no ,que tengo un trauma infantil relacionado con un pollo al que crié y que mi madre puso un día en el menú con la intención de que lo comiera; no me hice vegetariano, pero dejé de comer pollo durante un tiempo).

Vino el jefe del pueblo para compartir la cena y sorpresa posterior.
Le hicimos un montón de preguntas a través de Tao, y él nos hizo unas cuantas también, la principal qué motivación nos llevaba a dejar nuestro cómodo primer mundo para dormir en una cabaña de bambú sin electricidad, agua corriente ni baño.

No sé si la respuesta que le di, la de regresar a los orígenes, a lo básico de la vida, porque el mundo que hemos creado es demasiado loco, le convenció.

En los arrozales
A nuestra pregunta sobre qué necesitaban más en el pueblo, respondió que una carretera, electricidad y una bomba para el agua.

Lancé una pregunta con bomba, sobre qué opinaba de la democracia, y su respuesta fue curiosa; dijo que en sitios pequeños como el pueblo (350 habitantes) era mejor coincidir con el gobierno, porque así no había problemas entre la gente.

Poblado Khmu
Estaba manco y nos contó que había perdido la mano en la guerra en 1969.
Tenía 58 años y 8 hijos.

El cargo de jefe se renovaba cada 3 años, y la primera vez que en el pueblo habían visto un extranjero fue en 1999.

Los únicos signos de modernidad en el pueblo eran varios tejados de zinc y un generador que entre 6 y 9 pm daba electricidad a un estéreo donde escuchaban pop tailandés.

Mujer en los arrozales
La sorpresa después de la cena fue que sacaron una tinaja de barro con 2 largas pajitas, llena de vino de arroz, que por suerte era ligero y no causa resaca.

Una de las pajitas iba al fondo donde estaba el licor más fuerte, y la otra estaba más cerca de la superficie, así que podías elegir.

Había que chupar hasta que quedara sin líquido, que iban renovando desde una cubeta.

Vinieron nuevos invitados, y nuestras 2 cocineras bebían también con bastante intensidad.

Después de 2 horas de chupadas y unas cuantas risas nos fuimos a dormir porque al día siguiente teníamos 7 horas de caminata.

El día amaneció soleado, pero todo se torció después del desayuno, porque John empezó a sentirse mal, con retortijones de estómago y mucha debilidad.

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