viernes, 7 de marzo de 2008

VAMOS A CAMBIAR EL RUMBO E INICIAMOS UN RECORRIDO POR LA INDIA





Varanasi, la Ciudad de la Luz

Amanecer en el Ganges

En varias entrevistas con medios de comunicación siempre he comentado que el único lugar del mundo donde me sentí totalmente desbordado y superado por el entorno fue en Benarés (o Varanasi, su nombre oficial), en mi primer viaje a India en los 90.

Era un momento de especial tensión entre hinduistas y musulmanes, y la presencia de la policia, dotada de largas y gruesas varas de madera que usaban sin ningún miramiento para meter a la población en vereda, añadía dureza a una situación de por sí dramática.

Lavando ropa al amanecer

Las callejuelas de Varanasi estaban atestadas de gente, las vacas campaban a sus anchas, te podían aplastar contra una pared si no te apartabas, e iban dejando enormes boñigas que parecía que nunca se recogían y que invariablemente acababas pisando.

La suciedad, más bien inmundicia, era omnipresente en toda la ciudad, pero lo que me pudo sobre todo fue la visión de personas muriendo en las calles mientras la gente pasaba a su lado sin inmutarse.

Amanecer en el Ganges

Quería convencerme de que eso no iba conmigo, de que en la India la pobreza y miserias físicas no tienen nada que ver con las riquezas espirituales que demuestran muchos hindúes, que se despojan de todo lo material y dedican el resto de su vida a la meditación y contemplación, y de que la razón de que hubiera tanta gente muriendo por las calles era porque acudían precisamente allí, a Varanasi, por ser la ciudad más sagrada del hinduismo, a morir para continuar su ciclo de reencarnaciones.

Iba navegando al amanecer entre los gath cuando reparé en bultos flotantes envueltos en telas precarias.

Barcas en el Ganges

Pregunté qué eran, me dijeron que los pobres que morían sin poder pagarse su haz de leña para ser incinerados eran envueltos en telas y lanzados al río, donde los peces y los cuervos que se posaban sobre tan macabras naves darían buena cuenta de ellos.

La idea de que una religión y un sistema social no eran capaces ni siquiera de ofrecer una muerte digna a millones de personas me golpeó a bocajarro y poco menos que me noqueó.

El puente que cruza el Ganges

Mi sentimiento no era de indignación, pues prácticamente todas las religiones han sido más o menos crueles en algún momento de su historia, y nadie nos obliga a practicarlas, pero ese día mi amor por la raza humana y por lo tanto mi autoestima sufrieron un duro golpe.

Regresaba pues a Varanasi 15 años después con las imágenes vivas en mi mente y mi corazón, y me encontré con una ciudad que se ha reinventado a si misma sin cambiar su esencia.

A las 4 a.m., mientras iba en un rickshaw a pedales camino de los ghat, la ciudad estaba limpia y fresca, se despertaba con la promesa de un nuevo día, y hasta las aguas del Ganges me parecieron menos pútridas que en mi anterior visita.

Santón

La palabra pútrida no la uso en sentido metafórico ni es una licencia lingüistica, ya que los estudios de la calidad del agua en el río Ganges a su paso por Varanasi, después de miles de kilómetros de recorrido por zonas muy pobladas de la India, demuestran que, técnicamente, su agua es fecal ya que supera en un 500% el máximo recomendado de bactería fecal coliforme, un microorganismo, procedente de los intestinos de hombres y animales que causa enfermedades como hepatitis vírica, cólera, tifus y gastroenteritis.

En las horas que pasé recorriendo los ghat percibí claramente la energía, no sé si cósmica pero sin ninguna duda humana de una de las ciudades más antiguas del Mundo, pero antes de contaros mi experiencia es conveniente dar unos apuntes históricos sobre Varanasi.

Las excavaciones han revelado que Benarés es uno de los más antiguos asentamientos humanos del valle del Ganges.

Sin embargo, la epigrafía más antigua que menciona el legendario reino de Kasi, del que era la capital, se remonta a la literatura védica tardía del siglo VIII a C. En esa época se suele situar la fundación de la ciudad.

La felicidad de lo cotidianoBenarés creció y se convirtió en una capital importante ya en tiempos del príncipe Siddharta, el fundador del budismo (siglo VI a C), como lo demuestran las extensas y refinadas ruinas búdicas de Sarnath, hoy absorbidas por los arrabales periféricos de la ciudad.

En aquel momento Benarés constituía una especie de muro de contención entre los imperios de Kosala y Maghada, aunque fue pronto anexionada a éste último.

Secando saris

En el siglo III a C, el célebre emperador Ashoka, convertido a la nueva fe y que hizo del budismo la religión oficial del país, mandó construir en Sarnath un 'stupa' (el Dharmarajika) para custodiar las reliquias de Buda.

Entre los muchos 'pilares de Ashoka' que jalonan sus dominios, destaca por su magnificencia el que erigió en Sarnath, con inscripciones en su fuste de arenisca pulimentada, y un capitel, o más bien coronamiento de columna, formado por cuatro soberbios leones sosteniendo el 'dharmachakra' o Rueda de la Ley.

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